Época: Ilustración española
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
La Ilustración regional

(C) Carlos Martínez Shaw



Comentario

La Ilustración valenciana parece haber sido la primera en alcanzar un grado notable de madurez. En efecto, aunque la generación precursora del movimiento ilustrado no se asienta en un único centro geográfico, es difícil sobrevalorar el papel de los intelectuales valencianos de fines del siglo XVII y principios del XVIII en la aparición de la corriente de renovación científica protagonizada por los novatores españoles. De este modo, la obra de Juan de Cabriada, la Carta filosófica médico-química, ha podido ser considerada como el auténtico documento fundacional de la renovación científica española, por la defensa de la experimentación como fundamento de la ciencia moderna, por la adopción de la iatroquimica -sistema médico basado en la interpretación de los procesos fisiológicos, patológicos y terapéuticos-, pero sobre todo por la nueva actitud mental que implica el reconocimiento del atraso científico español y la necesidad de recurrir a la producción extranjera como medio de superarlo, tal como expresa en uno de sus textos más citados: "Que es lastimosa y aun vergonzosa cosa que, como si fuéramos indios., hayamos de ser los últimos en recibir las noticias y luces propias que ya están esparcidas por Europa".
La obra de Cabriada no es un hecho aislado, sino algo que hay que poner en relación con una corriente subterránea de renovación, que se expresa en Valencia en la obra del jesuita José de Zaragoza, que en la década anterior había publicado un tratado astronómico, Esfera en común, terrestre y terráquea (1675), donde hace gala de un preciso conocimiento de los progresos científicos europeos desde Copérnico a Galileo, o en la actividad de Crisóstomo Martínez, que en París prepara su Atlas anatómico, sin desvincularse por ello de los medios universitarios de Valencia.

También en la capital valenciana y por los mismos años se inicia el hábito de las tertulias, algunas de carácter literario, pero otras más inclinadas a los temas humanísticos y científicos. Una de ellas se halla en el centro mismo del movimiento renovador, la mantenida en la biblioteca del marqués de Villatorcas, que congrega a lo más selecto de la intelectualidad valenciana del momento, a los jóvenes científicos Baltasar Íñigo, Juan Bautista Corachán y Tomás Vicente Tosca, a los eruditos Manuel Martí y José Manuel Miñana y al bibliógrafo José Rodríguez, quien, siguiendo las pautas del sevillano Nicolás Antonio, redactará su valiosa Biblioteca Valentina.

Baltasar Iñigo atrae a sus amigos científicos a una nueva tertulia, que pasa a convertirse en Academia de Matemáticas, con el confesado propósito, referido por Corachán, de constituir un "remedo de los Academias de las Naciones". En este clima se crean las obras más importantes de los novatores valencianos. Juan Bautista Corachán redacta hacia 1690 sus libros Rudimentos filosóficos y Avisos de Parnaso, que no serían publicados hasta 1747 gracias a los buenos oficios de Mayans y que traslucen un conocimiento preciso de los filósofos y científicos de su época. Mayor trascendencia poseen los trabajos de Tomás Vicente Tosca, hombre de gran iniciativa que mantendría en funcionamiento una Escuela de Matemáticas (aproximadamente desde 1687 hasta 1717, con un largo paréntesis motivado por la guerra de Sucesión), desarrollaría una continuada labor docente en las aulas universitarias como catedrático de matemáticas y prestaría asesoramiento a las autoridades civiles en diversas cuestiones técnicas, como la reforma del Grao de Valencia, el levantamiento de un plano de la ciudad o la elaboración de un proyecto para construir un puerto en Cullera y un canal navegable a la Albufera y al Júcar. Su pensamiento científico nos es conocido gracias principalmente a sus dos libros Compendio Matemático (editado en 1705-1715) y Compendium Philosophicum (editado en 1721 y reeditado en 1754 por Mayans): la primera de las obras presenta como novedad más destacable la incorporación de las conquistas de la revolución científica y la utilización del lenguaje matemático, mientras la segunda, dedicada a una extensa y actualizada exposición de filosofía natural, revela una profunda influencia de Descartes y sobre todo de Gassendi.

En el plano de la erudición, la principal figura presente en la tertulia del marqués de Villatorcas es Manuel Martí, el deán de Alicante, hombre de vasta cultura y de asendereada vida que realizó prolongadas estancias en Roma y Madrid. Si bien es notable su contribución a la edición de los Concilios de España, preparada en Roma por el cardenal Aguirre, y a la de la Bibliotheca Hispana Vetus, de Nicolás Antonio, más relevante resulta aún la labor de animación cultural que llevó a cabo en tierras valencianas, inspirando los trabajos históricos de José Manuel Miñana (autor de una equilibrada historia de la guerra de Sucesión bajo el título De Bello Rustico Valentino) y asimismo la rigurosa obra crítica de quien habría de ser la principal figura de la primera Ilustración valenciana y española, Gregorio Mayans.

Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781), cuya labor llena toda la primera mitad del siglo XVIII (y que hoy conocemos bien gracias a los trabajos de Antonio Mestre), es, en efecto, el heredero de la tradición valenciana de los novatores, editor de Corachán, Tosca y Miñana y brillante depositario de la actitud crítica de sus predecesores, que llevó a su máximo desarrollo y perfeccionamiento. Por otra parte, las frustraciones cosechadas en el desempeño de un cargo de tanta responsabilidad como el de bibliotecario real le indujeron a retirarse tempranamente a su ciudad natal, lo que le permitió desarrollar una amplia influencia en la región valenciana, aunque sus enseñanzas no se detuvieron en el reino de Valencia y dieron fruto en otras provincias de la Corona de Aragón y del resto de España. Una de sus máximas aportaciones a la mayoría de edad de la Ilustración española es sin duda su labor en pro de la consolidación de la crítica histórica, a partir primero del programa diseñado desde su puesto en la Biblioteca Real y, más tarde, de los ambiciosos proyectos fraguados en el momento de la fundación de la Academia Valenciana, empresa de la que fue principal impulsor junto a otras personalidades como el médico Andrés Piquer o el impresor Antonio Bordázar. De aquellas ilusiones iniciales sólo alcanzaron el grado de realización la edición de las Obras Chronológicas, del marqués de Mondéjar, y de la Censura de historias fabulosas, de Nicolás Antonio, obra en la que el erudito sevillano denunciaba la falsedad de los plomos de Granada. Así se iniciaba precisamente la controversia sobre el método de la crítica histórica, central en la obra mayansiana, que había de enfrentar al ilustrado valenciano con el agustino Enrique Flórez, el autor de La España Sagrada, monumental empresa de recuperación de la historia eclesiástica de España, que detenía su rigor en aquellos puntos que tocaban a las leyendas piadosas y patrióticas. Más exigente que Flórez y que Feijoo, la labor investigadora de Mayans se dirigió a la crítica literaria, convirtiéndose en el verdadero fundador de la historia de la lengua y de la literatura españolas con algunos de sus escritos más sistemáticos y significativos, los Orígenes de la lengua española y la Vida de Miguel Cervantes Saavedra (ambos de 1737), pero también con la edición de muchos clásicos españoles, como Antonio de Nebrija, Santa Teresa de Jesús, Antonio Agustín o el Brocense. Auténtico vindicador del Siglo de Oro, cuyo concepto llegó a intuir, su último proyecto está muy relacionado con su valoración del pensamiento hispano de la época, y en particular del humanismo cristiano, que se compaginaba perfectamente con sus opiniones en materia religiosa y con su racionalismo crítico y reformista que le convierten en un verdadero erasmista ilustrado, en el Erasmo español del siglo XVIII: se trataba de la edición de la Opera Omnia del valenciano Luis Vives, que llevó a cabo en colaboración con el impresor Benito Monfort.

Como dijimos, el influjo de Mayans traspasó las fronteras del reino de Valencia y de su propio tiempo. En el primer caso, es de destacar los lazos que mantuvo, pese a su antijesuitismo cada vez más acentuado, con la Universidad de Cervera y con una de sus personalidades más destacadas, el jurista José Finestres, mientras que en lo referente a su herencia intelectual serían varios los hombres y las instituciones encargados de recogerla. En primer lugar, y de modo muy directo, su vertiente de exhumador y editor de textos clásicos será continuada por Francisco Cerdá y Rico, bibliófilo y crítico literario, también preocupado por dar a conocer la obra de los escritores erasmistas españoles (Luis Vives, Juan Ginés de Sepúlveda, Fadrique Furió Ceriol, Juan de Vergara, Pedro de Valencia, fray Luis de León) y recopilador de cuatro volúmnes de Poesías castellanas anteriores al siglo XV, además de editor de las Coplas de Jorge Manrique.

Colaborador de Mayans en la Academia Valenciana fue el médico aragonés Andrés Piquer, una de las más señeras figuras científicas de mediados de siglo. Formado en las aulas universitarias valencianas, destaca pronto como escritor precoz de un tratado de terapéutica que le abre las puertas de la cátedra de anatomía, desde donde acomete la redacción de sus publicaciones más significativas: la Física moderna racional y experimental (1745), en que muestra ya la fundamentación mecanicista y la inclinación ecléctica de su pensamiento, la Lógica moderna (1747), donde expresa sus puntos de vista sobre las fuentes del conocimiento científico, la autoridad, la experiencia y la razón, y el Tratado de calenturas (1751), una de sus más celebradas aportaciones estrictamente médicas. Este último año marca su desvinculación de los medios valencianos por su traslado a Madrid como médico del marqués de la Ensenada, y quizás una inflexión en el tono de su obra, que pierde parte de su vigor inicial, aunque no por ello deje de manifestar una preocupación por los temas filosóficos y por la investigación científica, manteniéndose en el centro mismo del debate intelectual de su época. Traductor de Hipócrates al castellano, Piquer siguió las incitaciones de Mayans a la lectura de los clásicos del humanismo médico español (como Andrés Laguna o Juan Huarte de San Juan), pudiendo ser considerado ante todo como el heredero de la renovación científica de los novatores valencianos y la culminación de aquella línea de pensamiento que caracteriza la época dorada de la Ilustración valenciana.

Una de las últimas aportaciones de Mayans a la revitalización cultural de la región fue su Idea del nuevo método que se puede practicar en las universidades de España de 1767, que, sin aplicación inmediata, serviría más tarde de inspiración para la tarea acometida por Vicente Blasco en la Universidad de Valencia, que llevaría a la transferencia del control a la Corona, a la actualización de los planes de estudio y a la apertura de nuevas instalaciones, como el Jardín Botánico y los laboratorios de física y química. Sin embargo, como en otras latitudes, las universidades, incluyendo aquí la más modesta de Orihuela (por cuyas aulas pasaron, sin embargo, hombres como Juan Sempere y Guarinos y Jaime y Joaquín Lorenzo Villanueva), sólo desempeñaron un papel complementario en el movimiento de renovación intelectual, que se desplegó a través de otros medios, como las tertulias y las academias que se sucedieron en la capital desde finales del siglo anterior.

Entre estas últimas, destacó la Academia de Bellas Artes de San Carlos, nacida del cenáculo de los hermanos José e Ignacio Vergara y transformada en 1762 en Academia de Santa Bárbara, antes de obtener en 1768 su nombre y estatuto definitivos y de pasar a desarrollar una función de excepcional relieve en la dirección e impulsión del movimiento artístico de la región. De alguna forma, además, la Academia recoge la tradición de los novatores, a través de la influencia teórica y práctica de la obra de Tosca, cuyo discípulo Antonio Gilabert será director de la sección de arquitectura primero y, más tarde, director de la institución, desde donde daría el definitivo paso hacia el clasicismo, presente en sus trabajos más importantes, como el edificio de la Aduana (hoy palacio de Justicia) y la remodelación de la catedral. Entre los formados en la Academia, otros nombres destacados fueron, en el campo de la pintura, Mariano Salvador Maella, que aunque trabajó en Valencia (dejando un retrato del rector Vicente Blasco) desarrollaría, como veremos, sus obras de más empeño en Madrid, o Vicente López, director de la institución y buen retratista, que nos ha dejado la efigie más representativa de Goya.

Sin embargo, pese a la labor de los epígonos o discípulos de Mayans, el impulso ilustrado pierde vigor en la Valencia de la segunda mitad de siglo, debido probablemente a un fenómeno generalizado, la captación de cerebros por parte del reformismo oficial y que, sin lugar a dudas, atrae a la corte a los ingenios más brillantes, como pueden ser Jorge Juan, Francisco Pérez Bayer, Antonio Ponz, Juan Sempere y Guarinos o Antonio José Cavanilles. Esta descapitalización humana de la Ilustración regional se aprecia en la tardía consolidación y funcionamiento insatisfactorio de la Sociedad Económica de Amigos del País, que pese a ello está a la altura de la mayoría de los establecimientos semejantes (si exceptuamos a las más activas, la Bascongada, la Matritense y la Aragonesa), por medio de las tareas de sus comisiones de agricultura, industria y oficios, o de sus fundaciones, como la Biblioteca, el Gabinete de Máquinas o el Gabinete de Ciencias Naturales. Pese a estos logros, a la persistencia de una notable floración artística y la de círculos ilustrados que permiten, por ejemplo, el afianzamiento de un periódico como el Diario de Valencia (1790), resulta evidente que el momento de esplendor ya pertenece en esta hora al pasado.